aca mi carta para convencer a los teatros de que muestren mi obra....
¿Sueñan las niñas con estufas eléctricas?
por qué Mísil children.
Cuando tenía 11 años explotaron los vidrios del aula de mi escuela. Temblaron las escaleras y se llenó todo de un ruido como de ametralladora de Rambo. Yo bajaba las escaleras pensando en mi hermanita que empezaba las clases esa semana, su primer año de escuela primaria y la buscaba con la mente y después con los ojos entre otros nenes de su tamaño.
Casi un mes después volvíamos a buscar nuestras mochilas. Todo un mes sin clases. No te dejaban pasar al colegio, te daban las mochilas en la puerta, estaban separadas por cursos. Cuando llegué a mi casa la abrí, adentro había un tupper con un sandwich, todo podrido. Me acuerdo que pensé en dos cosas esa tarde: nunca había caminado por la nueve de julio así, desierta, no por la vereda sino por la calle, y la otra cosa que pensé fue que mi compañerita de colegio, Carolina Gallego, el día que explotó la bomba se tomó su tiempo para guardar todo en su mochila antes de salir y cuando todas llorábamos de susto afuera ella lloraba porque se había olvidado de guardar el compás y su mamá la iba a retar. Nunca supe si lo recuperó.
Desde ese momento o tal vez antes pensaba qué cosas me llevaría primero si mi casa se incendiara. Armaba listas mentales, listas según el tiempo que tuviera para sacar todo, listas de prioridades, incluso llegue a pensar en guardar algunas cosas en una caja, las cosas más importantes, en una caja que previera eso, así si pasaba no tendría que ponerme a pensar que me llevaba.
De más grande seguí reduciendo la lista y filosofando sobre que es lo que me sería realmente terrible perder. Y llegué a la conclusión de que lo que sería terrible perder era la memoria. Y esto sin ninguna implicancia política o social, algo mucho más trivial, más concreto, como el compás que se había olvidado mi compañera en la escuela bombardeada, odiaría perder los recuerdos. Eso es lo que más atesoro. Y es imposible guardarlos en una cajita anti-incendios.
Y así nace esta obra, que en realidad son muchas obras dentro de otras obras. Nace como un recuerdo de un ex novio que una noche me ofreció armar una carpa en el living de un hotel, nace de una hermana que encontré frente a la embajada de Francia sana, salva y asustada después de la bomba de la otra embajada y que creció conmigo recordando mucho y olvidando algunas cosas.
Y también parte de una premisa estética casi caprichosa: una obra sobre los recuerdos amorosos, sobre los hombres pero sin actores, solo con actrices y sin hablar de los hombres. En Mísil Children, las hermanas Mísil no hablan de los hombres: los representan. Cada hermana ayuda a la otra a recrear una situación de unión o de ruptura con un hombre. Lo hacen metódicamente, como un ritual, como algo necesario para poder seguir viviendo, un archivo intimo pero colectivo, de ellas tres, de un mundo que les pertenece a ellas nada más y a ellas entre ellas pero en el que los otros se cuelan como recuerdos, como fantasmas, como luces que no las dejan dormir. Como una estufa que las mira como los ojos del diablo.
Y Majo no duerme. Y a sus hermanas eso les da miedo. No dirán por qué y no importa. Pero la acompañan en esa noche que Majo no duerme. Y finalmente Luli y
Angy tampoco duermen y también recuerdan. Y juegan a cosas que jugaban cuando eran chicas, pero ya son grandes, aunque no lo parezca, y les gustaría quedarse en un lugar que ya no existe, pero al que vuelven y recrean una y otra vez. Actrices que hacen de personajes que a la vez hacen de actrices que se representan a ellas mismas y a los personajes que las otras les proponen.
¿Por qué hacer esta obra? Porque habla de la amistad, de acompañar al otro, de que el otro no esté, de que el otro esté pero el terror de que no esté, de saber que un día ese que nos acompaña, incluso nuestra propia hermana puede no estar.
Y todo en una sola larga noche. Como un pijama party. Como oreos con leche. Hasta que amanece y los fantasmas se tienen que ir a dormir como mis chicas Misiles.